martes, 24 de noviembre de 2009




LA ACTITUD EMPÁTÍCA

Después de los recursos del ayudado, primer factor terapéu­tico, lo más importante no son los conocimientos o las habilida­des del ayudante, sino sus actitudes. Más aún, serán las mismas actitudes las que le lleven a poner sus conocimientos y sus ha­bilidades o destrezas al servicio de las verdaderas necesidades del ayudado. La reflexión sobre las actitudes del ayudante, pues, tiene una especial importancia para los que pretenden ejercer el arte de la relación de ayuda, porque son éstas, más que los co­nocimientos técnicos o habilidades, los factores que promueven el cambio terapéutico en la relación con la persona en crisis.

Concepto de empatía
Para que un diálogo, un encuentro entre personas, una inte­racción, sea de ayuda se requiere, en primer lugar, que en él se dé comprensión. Comprensión no sólo como capacidad de cap­tar el significado de la experiencia ajena, sino también como capacidad de devolver este significado a quien lo vive para que él sienta que realmente está siendo comprendido.
La actitud que permite captar el mundo de referencia de otra persona es la empatía. El término empatía tiene su correlativo en inglés «empathy», traducción del término alemán «einfüh­lung», realizada por Titchener. Etimológicamente su significado lo expresa así Repetto: «Podemos afirmar que, etimológicamen­te, a diferencia de la simpatía, que es sentir con, cosentir, la em­patía es sentir-en, sentir-desde dentro... Requiere una introduc­ción, pero una introducción que no anula jamás la distancia, que no sea una disolución del yo personal en el ajeno, o a la inversa, del yo ajeno en el personal»1.
Carkhuff considera la empatía como la capacidad de perci­bir correctamente lo que experimenta otra persona y comunicar esta percepción en un lenguaje acomodado a los sentimientos de ésta. Con un nivel alto de esta actitud, el ayudante expresa clara y explícitamente los sentimientos que el ayudado experimenta de una manera difusa o patente, y con un nivel bajo el ayudante comprende muy poco o prescinde de lo que el ayudado vive y comunica.
La empatía es, pues, una actitud, una disposición interior de la persona que se despliega en habilidades concretas (de modo especial la escucha activa y la respuesta comprensiva). Como actitud, como disposición interior es la fundamental para poder hacer un camino significativo y eficaz con una persona a la que se quiere ayudar. Más que reducirse a una técnica de respuesta, responde a la pregunta sobre lo que hay en el interior del ayu­dante y de ello depende en buena parte la efectividad de la em­patía como condición terapéutica.
El significado, pues, de la actitud empática es la disposición de una persona de ponerse en la situación existencial de otra, comprender su estado emocional, tomar conciencia íntima de sus sentimientos, meterse en su experiencia y asumir su situación. Esto es empatía. Más que sentir lo mismo que el otro (simpatía), se trata de recepción y comprensión de los estados emotivos. Es como un sexto sentido, una forma de penetrar en el corazón del otro. Es ponerse a sí mismo entre paréntesis momentáneamente, es caminar con los zapatos del otro durante un trozo de camino2.
Es la actitud lo que cuenta. Se trata, en el fondo, de trans­mitir comprensión además de comprender. No basta, simple­mente, con que creamos que hemos comprendido a la otra per­sona. Hay que esforzarse por hacerla ver que la hemos com­prendido. No parece exagerado decir que aquí reside la clave de por qué muchas de nuestras relaciones humanas no acaban de resultar satisfactorias. Sin comunicación no hay verdadera com­prensión, porque comprender indica ser capaz de pasearse por el mundo intelectual y afectivo del interlocutor como si uno es­tuviese en su propia casa, y nuestro interlocutor es el único ca­paz de decirnos si realmente le comprendemos o no.
La empatía es la posibilidad de asimilar la persona del otro, de penetrar en su afectividad, de sentir con él (no lo mismo que él). La empatía es diferente de la simple «simpatía», que nace de la atracción recíproca. La empatía, en principio, es un movi­miento unilateral hacia el otro; no siempre es recíproco, pero invita a la reciprocidad. Y, sobre todo, es fruto de una disposi­ción interior que tiene que ver con los valores del ayudante, más que de una atracción sensible. La empatía lleva a la com­prensión; pero a una comprensión que no es una inteligencia abstracta de los problemas, sino un conocimiento íntimo y con­creto de las personas nacido del verdadero interés y de la inteli­gencia. No es tampoco un conocimiento empírico y superficial. Es un conocimiento que va más allá de las apariencias y de las manifestaciones de la conducta del otro, más allá de las causas inmediatas, hasta llegar a percibir y captar sus afectos profundos y sus necesidades, aunque no por ello alcance siempre a discernir con claridad las motivaciones profundas.
Se trata, pues, «de una percepción particularmente fina y sensible de las manifestaciones del otro. Se trata, además, de un esfuerzo intenso por sintonizar con el otro: ¿Qué significan para él sus manifestaciones?, ¿qué siente el otro?, ¿qué dicen tales manifestaciones sobre su mismidad?, ¿cuál es su “mensaje pro­fundo”? Se trata de una percepción sensible, empátíca, sin pre­juicios, sin juicios de valor, exacta, del mundo interior del otro»3.
Carl Rogers dice: «Pienso que una de mis mejores maneras de aprender —pero también una de las más difíciles— consiste en abandonar mis propias actitudes de defensa, al menos tem­poralmente, y tratar de comprender lo que la experiencia de la otra persona significa para ella»4.

Fases de la empatía5
Algunos autores, aun a riesgo de sobrepasar las licencias pedagógicas, hablan de «fases de la empatía». Difícilmente se puede atribuir el término «fases» a una actitud en el sentido en que aquí se presenta, pero parece que su descripción resulta útil para comprender el verdadero significado de esta disposición interior. Por eso conviene indicar, con Casera6, que la actitud empática es un proceso que se puede presentar con las siguien­tes fases:
1.- Fase de la identificación. El ayudante penetra en el cam­po del otro. La experiencia que el otro está viviendo —y sufrien­do— no deja su espíritu indiferente; más bien lo acapara, lo conmueve y lo envuelve. No hace nada para defenderse contra esta irrupción de sentimientos ajenos en su sólida esfera perso­nal. Incluso llega a proyectarse en el otro, a «identificarse con él», como si se dijese a sí mismo: verdaderamente también yo, si fuera él y estuviera en sus circunstancias, sentiría las mismas reacciones, obraría de la misma manera. En el fondo es la fase que mejor describe el arte de «meterse en el pellejo del otro» identificándose con su persona y con su situación. Naturalmen­te, tal identificación, aunque profunda e intensa, es temporal y actitudinal.
2.- Fase de la incorporación y repercusión. Es un paso más. El otro se describe, en general, superficialmente, pero de­lata y revela impulsos secretos. También nosotros interiormente estamos hechos así y cuanto el otro dice nos repercute interna­mente. Es la experiencia del «también yo» (incorporación). Es algo más que la identificación con la experiencia ajena. Mirán­dome a mí mismo, en el fondo, también a mí me pertenecen elementos semejantes de la experiencia que pretendo compren­der, por más lejana que pudiera parecerme a primera vista.
Además, si me autoobservo en la relación, los impulsos del otro despiertan inconscientemente en mí impulsos correspon­dientes o un conjunto de sentimientos: «no sé qué decir», expe­rimento ansiedad, «vibro con él». Prácticamente la observación del otro se hace observación de uno mismo. Esto permite ser dueño del propio mundo emotivo cuando se hace el esfuerzo de captar el ajeno.
3.- Fase de la separación. Llega el momento de retirarse de la implicación en el plano de los sentimientos y de recurrir al método de la razón, interrumpiendo deliberadamente el proceso de introyección y restableciendo la distancia social y psíquica con serenidad y entereza, evitando posibles sentimientos de cul­pa al verse a sí mismo bien en relación con quien está en una si­tuación de sufrimiento. Sin esta fase de separación existen gra­ves riesgos de quemarse y vivir el síndrome del «burn-out». No hay empatía si no se da separación. Más bien se produciría sim­patía o identificación emocional, y empatía significa «penetración en el mundo de los sentimientos ajenos permaneciendo uno mismo»7.
La empatía, por tanto, se centra en lo que el ayudado vive, en lo que realmente comunica con su lenguaje verbal y no verbal, en la experiencia personal del ayudado, lo cual supone ir más allá de lo que el ayudado dice y no entrar excesivamente en el terreno de la interpretación (lo que el ayudado parece «revelar»). Supone hacer un esfuerzo por identificar hechos y sen­timientos y hacer una especial atención a los sentimientos, que es el modo más personal de vivir la propia situación, el propio problema.

Efectos de la empatía sobre el ayudado
La empatía, en las relaciones habituales, es el segundo polo de la buena comunicación porque permite comprender de mane­ra ajustada, precisa, el mensaje que el otro comunica, siendo el primero la autenticidad, porque permite transmitir mensajes rea­les. En las relaciones habituales se funciona con la autenticidad y la empatía bidireccionalmente. En cambio, en la relación de ayuda, la empatía es unidireccional, es decir, el ayudante deja de lado su mundo interior y se centra en el mundo del otro co­municándole comprensión, se pone a sí mismo entre paréntesis.
Algunos presentan la ventaja de haber pasado por una situa­ción semejante a la del ayudado para comprenderle. Sin embar­go, si bien esto puede ser así, es necesario que el ayudante pon­ga su experiencia entre paréntesis y evite todo tipo de proyec­ción. En otras palabras, el «te comprendo perfectamente porque a mí me ha pasado lo mismo», puede ser una expresión vacía. La actitud del ayudante sería: «te comprendo porque veo las co­sas desde tu punto de vista y mi experiencia —semejante a la tuya— me permite —sin proyectar— hacerme cargo de lo que tú manifiestas que significa ahora esto para ti.
Según Tausch y Tausch8, los beneficios de esta actitud se­rían los siguientes:
a.- Suscita sentimientos y experiencias relevantes
b.- Estimula la autoexploración
c.- Favorece la autoconfrontación
d.- Transforma constructivamente a los interlocutores
Por su parte, Dietrich9 habla de los siguientes beneficios de la empatía:
a.- Favorece el dinamismo psíquico y el desarrollo construc­tivo de la personalidad
b.- Intensifica el diálogo crítico con sus propias vivencias
c.- Alivia la carga afectiva al exteriorizarla
d.- Favorece la aceptación de sí mismo
e.- Despoja de las apariencias y las máscaras
En otras palabras, cuando una persona se siente comprendi­da de manera correcta y sensible, desarrolla un conjunto de ac­titudes promotoras de crecimiento o terapéuticas en relación a sí misma.
Rogers y Rosenberg, hablando de los efectos de la empatía sobre el ayudado dicen:
«Podemos afirmar que cuando una persona se siente comprendi­da de manera correcta y sensible, desarrolla un conjunto de acti­tudes promotoras de crecimiento o terapéuticas en relación a sí misma. Me explicaré. 1) La característica no estimativa y acep­tadora del clima empático capacita al cliente para asumir una ac­titud de estimación e interés por sí mismo. 2) Ser oído por una persona comprensiva le hace posible ofrse a sí misma de modo más correcto, con mayor empatía en relación a sus vivencias vis­cerales, a sus significados, los cuales percibe sólo vagamente. Pero, 3) la mayor autocomprensión y autoestima le muestran nuevos aspectos de la experiencia, que pasan a formar parte de un «sí mismo» y sus vivencias. Se vuelve así más aceptadora e interesada, más empática y comprensiva, más real y congruente en sus actitudes en relación a sí misma. Estos tres elementos son exactamente aquellos que tanto la experiencia como la investi­gación señalan como actitudes de un terapeuta eficiente. Así pues, quizá no exageramos al afirmar que el hecho de ser empá­ticamente comprendido por otra persona capacita al individuo para convertirse en un facilitador más eficiente de su crecimien­to, un terapeuta de sí mismo más eficiente»10.
La comprensión que resulta cuando la otra persona se en­cuentra apesadumbrada, confusa, perturbada, ansiosa, alienada, aterrorizada, excluida, así como cuando tiene dudas de su pro­pia valía, o incertidumbre respecto de su identidad, la solidari­dad afable y sensible que se produce como resultado de la acti­tud empática, proporcionan luz y curación.

Dificultades de la empatía11
Ser empáticos significa, ante todo, meterse en el mundo subjetivo del otro, participando en su experiencia como si fuese la nuestra y, en segundo lugar, transmitir al interlocutor la certeza de que ha sido comprendido. Se trata de una actitud exigen­te, que llega a ser espontánea sólo mediante el adiestramiento.
Existen numerosas dificultades para desarrollar la actitud empática en las propias relaciones y en las de ayuda. Algunas de ellas, en estrecha relación con las fases de las que hemos ha­blado, son las siguientes:
1. La empatía exige la capacidad de «meterse en el punto de vista del otro», poniendo entre paréntesis, aunque sólo sea tem­poralmente, las propias opiniones, creencias, gustos… Para al­canzar este objetivo es necesaria una disciplina, un sentido del límite y respeto de la diversidad. Esta disposición va contra la inclinación más natural que consiste en tender a tranquilizar, a dar consejos, a proponer soluciones inmediatas, fruto del influ­jo del eficientismo en la.comunicación interpersonal. Es más fácil juzgar e interpretar que comunicar comprensión entrando en el mundo personal y único del ayudado. Y es fácil que los agentes pongan en práctica diversas maniobras para impedir el encuentro con el mundo emotivo del ayudado: la prisa, el recur­so a la técnica, la reducción de la atención sólo a la enfermedad o al problema que el otro tiene o al mero acto de la asistencia física o de la intervención social, etc. Todo ello puede conver­tirse, en ocasiones, en modos de defenderse de la implicación emotiva.
2. Otra dificultad de la empatía es que si realmente el ayu­dante se mete en el mundo interior del ayudado, su propia per­sona queda afectada, se encuentra con la propia vulnerabili­dad. El mayor desafío de la empatía lo constituye el hecho de que hace vulnerables a los que la practican y susceptibles de verse heridos por la vivencia del interlocutor. El ayudante es un potencial necesitado de ayuda que puede descubrir su condición en el contacto con el sufrimiento del otro o bien ha sido ayuda­do en otros momentos y quizás no haya curado bien sus propias heridas, por lo que se «despiertan» en el contacto con la vulne­rabilidad del ayudado y aparece la necesidad de usar «másca­ras» de protección en la relación.
3. Una dificultad más para poner en práctica la relación em­pática consiste en no conseguir calibrar bien el grado de impli­cación emotiva, de modo que, del comprender al otro como si fuera el otro, se pasa a la simpatía, es decir, a la identificación emocional, a hacer propios los sentimientos del ayudado y ex­perimentar lo mismo que él. En el fondo es una dificultad que consiste en no saber vivir bien la separación emotiva o no saber mantener la distancia afectiva que permite una mayor objetivi­dad. Si esta dificultad es vivida intensamente, es fácil caer en el síndrome del «burn-out».

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